La envidia nos ciega a la verdad. Jonatán suplicó a su padre que
salvara la vida de David, recordándole que David no le había hecho
nada, sino solamente el bien. Sin embargo, totalmente convencido de
que David se interponía en el camino de su hijo como gobernante de
Israel, Saúl maldijo e insultó a Jonatán.
Los fariseos también fueron cegados por la envidia a la realidad de
la sanidad del ciego. Se negaron a creer que había sido ciego, y
luego se negaron a creer que Jesús había hecho el milagro.
Obstinadamente se negaron a reconocer que Jesús era otra cosa
distinta a un pecador, aunque hubiera realizado el milagro (Juan
9:24). Jesús respondió diciendo: "Yo entré en este mundo para hacer
juicio, para dar vista a los ciegos y para demostrarles a los que
creen que ven, que, en realidad, son ciegos" (Juan 9:39).
Nunca vas a convencer a quienes tienen envidia de la obra de Dios
que tus motivos son genuinos o que Dios ha realizado un verdadero
milagro. Ellos discutirán, te insultarán, y pueden incluso echarte
fuera (Juan 9:34). Pueden permanecer ciegos, pero hay una cosa que
vos sabés: "...¡yo antes era ciego, ¡y ahora puedo ver!" (v. 25).
136 días pasaron ya, quedan 229
|