4 de Noviembre
 

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Salmo 104:1-23

 

Ezequiel 10

La gloria del SEÑOR abandona el templo
1En mi visión, vi que, por encima de la superficie de cristal que estaba sobre las cabezas de los querubines, había algo que parecía un trono de lapislázuli. 2Entonces el Señor le habló al hombre vestido de lino y le dijo: «Métete entre las ruedas que giran debajo de los querubines, toma un puñado de carbones encendidos y espárcelos sobre la ciudad». Así que el hombre lo hizo mientras yo observaba.
3Cuando el hombre entró allí, los querubines estaban de pie en la parte sur del templo y la nube de gloria llenaba el atrio interior. 4Entonces la gloria del Señor se elevó por encima de los querubines y se dirigió hacia la puerta del templo. El templo se llenó con esa nube de gloria y el atrio resplandeció con la gloria del Señor. 5El sonido de las alas de los querubines sonaban como la voz del Dios Todopoderoso y podía oírse hasta en el atrio exterior.
6El Señor le dijo al hombre vestido de lino: «Métete entre los querubines y toma algunos carbones encendidos de entre las ruedas». Entonces el hombre entró y se paró junto a una de las ruedas. 7Luego uno de los querubines extendió la mano y tomó algunas brasas de en medio del fuego que ardía entre ellos. Puso las brasas en las manos del hombre vestido de lino y el hombre las tomó y salió de allí. 8(Todos los querubines tenían debajo de sus alas lo que parecían ser manos humanas).
9Me fijé y cada uno de los cuatro querubines tenía una rueda a su lado y las ruedas brillaban como el berilo. 10Las cuatro ruedas eran semejantes entre sí y estaban hechas de la misma manera; dentro de cada rueda había otra rueda que giraba en forma transversal. 11Los querubines podían avanzar de frente en las cuatro direcciones, sin girar mientras se movían. Iban derecho en la dirección que tuvieran frente a ellos y nunca se desviaban. 12Tanto los querubines como las ruedas estaban cubiertos de ojos. Los querubines tenían ojos por todo el cuerpo, incluso las manos, la espalda y las alas. 13Oí que alguien hablaba de las ruedas como «las ruedas que giran». 14Cada uno de los cuatro querubines tenía cuatro caras: la primera era la cara de un buey, la segunda era una cara humana, la tercera era la cara de un león y la cuarta era la cara de un águila.
15Luego los querubines se elevaron. Eran los mismos seres vivientes que yo había visto junto al río Quebar.16Cuando los querubines se movían, las ruedas se movían con ellos. Cuando elevaban las alas para volar, las ruedas permanecían con ellos.17Cuando los querubines se detenían, las ruedas también se detenían. Cuando volaban hacia arriba, las ruedas subían, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas.
18Luego la gloria del Señor salió de la puerta del templo y se sostenía en el aire por encima de los querubines. 19Entonces, mientras yo observaba, los querubines volaron con sus ruedas a la puerta oriental del templo del Señor y la gloria del Dios de Israel se sostenía en el aire por encima de ellos.
20Eran los mismos seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel cuando me encontraba junto al río Quebar. Sabía que eran querubines,21porque cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas y lo que parecían ser manos humanas debajo de las alas. 22Además, sus caras eran como las caras de los seres que yo había visto junto al Quebar y se movían de frente y hacia adelante, tal como los otros.

 

Ezequiel 11

 

Juicio a los líderes de Israel
1Luego el Espíritu me levantó y me llevó a la entrada oriental del templo del Señor, donde vi a veinticinco hombres prominentes de la ciudad. Entre ellos estaban Jaazanías, hijo de Azur, y Pelatías, hijo de Benaía, quienes eran líderes del pueblo.
2El Espíritu me dijo: «Hijo de hombre, estos son los hombres que piensan hacer maldades y dan consejos perversos en esta ciudad. 3Le dicen al pueblo: “¿Acaso no es un buen momento para construir casas? Esta ciudad es como una olla de hierro. Aquí adentro estamos a salvo, como la carne en la olla”. 4Por lo tanto, hijo de hombre, profetiza contra ellos en forma clara y a viva voz».
5Entonces vino sobre mí el Espíritu del Señor, y me ordenó que dijera: «Esto dice el Señor a los habitantes de Israel: “Yo sé lo que ustedes hablan, porque conozco cada pensamiento que les viene a la mente.6Ustedes asesinaron a muchos en esta ciudad y llenaron las calles con cadáveres.
7»”Por lo tanto, esto dice el Señor Soberano: es cierto que esta ciudad es una olla de hierro, pero los trozos de carne son las víctimas de la injusticia de ustedes. En cuanto a ustedes, pronto los sacaré a rastras de esta olla. 8Les haré caer la espada de la guerra que tanto temen, dice el SeñorSoberano. 9Los expulsaré de Jerusalén y los entregaré a extranjeros que ejecutarán mis castigos contra ustedes. 10Serán masacrados hasta las fronteras de Israel. Ejecutaré juicio contra ustedes y sabrán que yo soy el Señor.11No, esta ciudad no será una olla de hierro para ustedes ni estarán a salvo como la carne dentro de ella. Los juzgaré, incluso hasta las fronteras de Israel, 12y sabrán que yo soy el Señor. Pues se negaron a obedecer mis decretos y ordenanzas; en cambio, han imitado las costumbres de las naciones que los rodean”».
13Mientras yo aún profetizaba, murió de repente Pelatías, hijo de Benaía. Entonces caí rostro en tierra y clamé: «Oh SeñorSoberano, ¿vas a matar a todos en Israel?».
Esperanza para Israel en el destierro
14Luego recibí este mensaje del Señor:15«Hijo de hombre, el pueblo que aún queda en Jerusalén habla de ti, de tus parientes y de todos los israelitas desterrados. Dicen: “¡Ellos están lejos del Señor, así que ahora él nos ha dado a nosotros la tierra que les pertenecía!”.
16»Por lo tanto, diles a los desterrados: “Esto dice el Señor Soberano: ‘A pesar de que los esparcí por los países del mundo, yo seré un santuario para ustedes durante su tiempo en el destierro. 17Yo, el Señor Soberano, los reuniré de entre las naciones adonde fueron esparcidos y les daré una vez más el territorio de Israel’”.
18»Cuando los israelitas regresen a su patria, quitarán todo rastro de sus imágenes repugnantes y sus ídolos detestables. 19Les daré integridad de corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Les quitaré su terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo, 20para que obedezcan mis decretos y ordenanzas. Entonces, verdaderamente serán mi pueblo y yo seré su Dios. 21Sin embargo, a todos los que añoren las imágenes repugnantes y los ídolos detestables, les daré su merecido por sus pecados. ¡Yo, el Señor Soberano, he hablado!».
La gloria del SEÑOR abandona a Jerusalén
22Luego los querubines desplegaron las alas y se elevaron por el aire con las ruedas junto a ellos y la gloria del Dios de Israel se sostenía en el aire por encima de ellos. 23Entonces la gloria del Señor se levantó de la ciudad y se detuvo sobre la montaña que está al oriente.
24Después el Espíritu de Dios me llevó de regreso a Babilonia, al pueblo desterrado. Así terminó la visión de mi visita a Jerusalén.25Entonces les relaté a los desterrados todo lo que el Señor me había mostrado.

 

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Hebreos 6

1Así que dejemos de repasar una y otra vez las enseñanzas elementales acerca de Cristo. Por el contrario, sigamos adelante hasta llegar a ser maduros en nuestro entendimiento. No puede ser que tengamos que comenzar de nuevo con los importantes cimientos acerca del arrepentimiento de las malas acciones y de tener fe en Dios. 2Ustedes tampoco necesitan más enseñanza acerca de los bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. 3Así que, si Dios quiere, avanzaremos hacia un mayor entendimiento.
4Pues es imposible lograr que vuelvan a arrepentirse los que una vez fueron iluminados —aquellos que experimentaron las cosas buenas del cielo y fueron partícipes del Espíritu Santo, 5que saborearon la bondad de la palabra de Dios y el poder del mundo venidero— 6y que luego se alejan de Dios. Es imposible lograr que esas personas vuelvan a arrepentirse; al rechazar al Hijo de Dios, ellos mismos lo clavan otra vez en la cruz y lo exponen a la vergüenza pública.
7Cuando la tierra se empapa de la lluvia que cae y produce una buena cosecha para el agricultor, recibe la bendición de Dios. 8En cambio, el campo que produce espinos y cardos no sirve para nada. El agricultor no tardará en maldecirlo y quemarlo.
9Queridos amigos, aunque hablamos de este modo, no creemos que esto se aplica a ustedes. Estamos convencidos de que ustedes están destinados para cosas mejores, las cuales vienen con la salvación. 10Pues Dios no es injusto. No olvidará con cuánto esfuerzo han trabajado para él y cómo han demostrado su amor por él sirviendo a otros creyentes como todavía lo hacen. 11Nuestro gran deseo es que sigan amando a los demás mientras tengan vida, para asegurarse de que lo que esperan se hará realidad. 12Entonces, no se volverán torpes ni indiferentes espiritualmente. En cambio, seguirán el ejemplo de quienes, gracias a su fe y perseverancia, heredarán las promesas de Dios.
Las promesas de Dios traen esperanza
13Por ejemplo, estaba la promesa que Dios le hizo a Abraham. Como no existía nadie superior a Dios por quién jurar, Dios juró por su propio nombre, diciendo:
14«Ciertamente te bendeciré
y multiplicaré tu descendencia hasta que sea incontable».
15Entonces Abraham esperó con paciencia y recibió lo que Dios le había prometido.
16Ahora bien, cuando las personas hacen un juramento, invocan a alguien superior a ellas para obligarse a cumplirlo; y no cabe ninguna duda de que ese juramento conlleva una obligación. 17Dios también se comprometió mediante un juramento, para que los que recibieran la promesa pudieran estar totalmente seguros de que él jamás cambiaría de parecer. 18Así que Dios ha hecho ambas cosas: la promesa y el juramento. Estas dos cosas no pueden cambiar, porque es imposible que Dios mienta. Por lo tanto, los que hemos acudido a él en busca de refugio podemos estar bien confiados aferrándonos a la esperanza que está delante de nosotros.19Esta esperanza es un ancla firme y confiable para el alma; nos conduce a través de la cortina al santuario interior de Dios. 20Jesús ya entró allí por nosotros. Él ha llegado a ser nuestro eterno Sumo Sacerdote, según el orden de Melquisedec.

 

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Salmo 104:1-23

Dios cuida de su creación

1Bendice, alma mía, a Jehová.
Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido;
Te has vestido de gloria y de magnificencia.
2El que se cubre de luz como de vestidura,
Que extiende los cielos como una cortina,
3Que establece sus aposentos entre las aguas,
El que pone las nubes por su carroza,
El que anda sobre las alas del viento;
4El que hace a los vientos sus mensajeros,
Y a las flamas de fuego sus ministros.
5Él fundó la tierra sobre sus cimientos;
No será jamás removida.
6Con el abismo, como con vestido, la cubriste;
Sobre los montes estaban las aguas.
7A tu reprensión huyeron;
Al sonido de tu trueno se apresuraron;
8Subieron los montes, descendieron los valles,
Al lugar que tú les fundaste.
9Les pusiste término, el cual no traspasarán,
Ni volverán a cubrir la tierra.
10Tú eres el que envía las fuentes por los arroyos;
Van entre los montes;
11Dan de beber a todas las bestias del campo;
Mitigan su sed los asnos monteses.
12A sus orillas habitan las aves de los cielos;
Cantan entre las ramas.
13Él riega los montes desde sus aposentos;
Del fruto de sus obras se sacia la tierra.
14Él hace producir el heno para las bestias,
Y la hierba para el servicio del hombre,
Sacando el pan de la tierra,
15Y el vino que alegra el corazón del hombre,
El aceite que hace brillar el rostro,
Y el pan que sustenta la vida del hombre.
16Se llenan de savia los árboles de Jehová,
Los cedros del Líbano que él plantó.
17Allí anidan las aves;
En las hayas hace su casa la cigüeña.
18Los montes altos para las cabras monteses;
Las peñas, madrigueras para los conejos.
19Hizo la luna para los tiempos;
El sol conoce su ocaso.
20Pones las tinieblas, y es la noche;
En ella corretean todas las bestias de la selva.
21Los leoncillos rugen tras la presa,
Y para buscar de Dios su comida.
22Sale el sol, se recogen,
Y se echan en sus cuevas.
23Sale el hombre a su labor,
Y a su labranza hasta la tarde.

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