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El apetito de un cristiano por la Palabra de Dios debe ser tan voraz
como el llanto de un bebé recién nacido por la leche. La boca de un
bebé presiona y su cabeza se sacude hasta el momento en que detecta
que el alimento está cerca. Del mismo modo, los pichones de pájaros
abren bien grande sus bocas cuando sus madres regresan al nido con
alimento. ¡El joven en todas las especies tiene un deseo insaciable
de su alimento!
La Palabra de Dios es la semilla incorruptible, permanente y eterna.
Nada en este mundo va a durar "Pero la palabra del Señor permanece
para siempre." (1 Pedro 1:25). La Palabra eterna de Dios es la dieta
del espíritu humano. Nos cambia, nos permite librarnos de "toda mala
conducta. [...] engaño, hipocresía, celos y toda clase de
comentarios hirientes." (2:1).
La amonestación de Pedro es que al igual que los bebés recién
nacidos, debemos desear la leche espiritual para que podamos crecer
en nuestra salvación (2:2). Un bebé bebiendo de su mamadera es
lindo, pero que lo haga un adulto, ¡definitivamente no lo es!
Tenemos que crecer en Cristo. David dijo: "¡Cuánto me deleito en tus
mandatos! ¡Cómo los amo!" (Salmo 119:47). El amor a Dios y sus
mandamientos causará en nosotros un hambre por la Palabra de Dios,
que nos llevará a la madurez.
Hacé de la Palabra de Dios tu alimento básico. Pedilo, desealo,
amalo, y alimentate de ella. Te encontrarás creciendo como una nueva
persona.
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