Devocional 23/11
Lectura del día
 

 

El apetito de un cristiano por la Palabra de Dios debe ser tan voraz como el llanto de un bebé recién nacido por la leche. La boca de un bebé presiona y su cabeza se sacude hasta el momento en que detecta que el alimento está cerca. Del mismo modo, los pichones de pájaros abren bien grande sus bocas cuando sus madres regresan al nido con alimento. ¡El joven en todas las especies tiene un deseo insaciable de su alimento!

La Palabra de Dios es la semilla incorruptible, permanente y eterna. Nada en este mundo va a durar "Pero la palabra del Señor permanece para siempre." (1 Pedro 1:25). La Palabra eterna de Dios es la dieta del espíritu humano. Nos cambia, nos permite librarnos de "toda mala conducta. [...] engaño, hipocresía, celos y toda clase de comentarios hirientes." (2:1).

La amonestación de Pedro es que al igual que los bebés recién nacidos, debemos desear la leche espiritual para que podamos crecer en nuestra salvación (2:2). Un bebé bebiendo de su mamadera es lindo, pero que lo haga un adulto, ¡definitivamente no lo es! Tenemos que crecer en Cristo. David dijo: "¡Cuánto me deleito en tus mandatos! ¡Cómo los amo!" (Salmo 119:47). El amor a Dios y sus mandamientos causará en nosotros un hambre por la Palabra de Dios, que nos llevará a la madurez.

Hacé de la Palabra de Dios tu alimento básico. Pedilo, desealo, amalo, y alimentate de ella. Te encontrarás creciendo como una nueva persona.

 

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