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Cuando Dios hace un pacto, es un asunto eterno. En los tiempos
bíblicos, un pacto era sellado entre dos partes al partir un animal
al medio y quienes cerraban ese pacto, caminaban entre las piezas en
un movimiento en forma de ocho. Israel había entrado en esa clase de
pacto con Dios, pero no pudo mantenerlo. Dios se vio obligado a
responder con estas palabras:
"Puesto que rompieron las condiciones de nuestro pacto, los partiré
en dos tal como ustedes partieron el becerro cuando caminaron entre
las mitades para solemnizar sus votos." (Jeremías 34:18).
Es la naturaleza humana hacer y luego romper pactos. Dios, sin
embargo, no puede romper un pacto. Prometió a Jeremías que si podía
romper "mi pacto con el día y con la noche de modo que uno no
siguiera al otro, solo entonces se rompería mi pacto con mi siervo
David. Solo entonces, él no tendría un descendiente para reinar
sobre su trono."(Jeremías 33: 20-21). ¡Las posibilidades de que
David no tuviera un heredero como rey en el trono de Israel eran
menos que las posibilidades de que el sol no brille más! ¡Así es
como Dios es fiel!
A un Dios que es inmutable y fiel, también tenemos que serle fieles.
Él es el Dios fiel, que guarda su pacto para siempre.
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