Felipe predicó la Palabra, y Dios hizo milagros. La presencia
manifiesta de Dios trajo alegría, y los milagros atestiguaron el
hecho de que Dios estaba en Samaria. (Hechos 8)
En 1 Reyes 8:11, la presencia de Dios impregnaba tanto la atmósfera
del magnífico templo que "los sacerdotes no pudieron seguir con la
celebración a causa de la nube, porque la gloriosa presencia del
Señor llenaba el templo del Señor." Después de la celebración de la
fiesta de las Enramadas que siguió a la dedicación del templo de
Salomón, el pueblo de Jerusalén estaba "lleno de alegría y muy
contento, porque el Señor había sido bueno con su siervo David y con
su pueblo Israel." (1 Reyes 8:66).
Cuando nosotros, como creyentes, nos secamos y hacemos lenta y
pesada nuestra adoración y la evangelización, nuestra necesidad real
es más de la presencia manifiesta de Dios. Su presencia refresca,
alegra, renueva y nos hace desear contarle a todos de su bondad.
Como Salomón hizo, dejémonos caer de rodillas y orar por su
presencia para llenar nuestros templos. Entonces todos los hombres
van a ver y creer que "no hay Dios como [Él] arriba en el cielo ni
abajo en la tierra" (1 Reyes 8:23).
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