El dinero prueba nuestros corazones, nuestras motivaciones, y
nuestro carácter.
Lo que hacemos con él probará a Dios si puede confiarnos las
"verdaderas riquezas del cielo" que se mencionan en Lucas 16:11.
El espíritu de codicia gobernó a los fariseos. El Señor les advirtió
que no podían "servir a Dios y al dinero" (v.13), pero el versículo
14 dice que "amaban mucho su dinero", haciendo caso omiso de la
advertencia severa del Señor para ellos.
El principio de la codicia es inmortalizado en la historia de Acán
en el Antiguo Testamento. Dios dio instrucciones explícitas a Josué
que nadie debía tocar nada de valor en Jericó. La ciudad entera era
de Dios, dedicada a Él como la santa primicia de la conquista de
Canaán. La mano de Acán, sin embargo, no pudo resistirse a tomar una
barra de oro, monedas de plata, y un hermoso abrigo de Babilonia. Su
pecado siguió un patrón familiar: "... Vi... deseé... oculté..."
(Josué 7:21).
Nuestros ojos pueden mirar con envidia las cosas que no nos
pertenecen, y la codicia puede llevarnos a "tomar" y "ocultar" lo
que no es nuestro. ¡Cuánto mejor es seguir la sabiduría de Lucas
16:9: "...usen sus recursos mundanos para beneficiar a otros y para
hacer amigos. Entonces, cuando esas posesiones terrenales se acaben,
ellos les darán la bienvenida a un hogar eterno".
Utilizá las riquezas del mundo. ¡No permitas que ellas te usen!
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