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Sin contradicción, podemos decir que Cristo vino al mundo para
morir. Desde el comienzo de Su ministerio, Jesús instruyó a sus
discípulos a tomar su cruz y seguirlo. Él les dijo que a menos que
comieran su carne y bebieran su sangre, no tenían vida en sí mismos.
La revelación de Moisés de la sangre se describe en Éxodo 12:13:
"...la sangre sobre los marcos de las puertas servirá de señal [...]
Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo. Esa plaga de muerte no los
tocará a ustedes cuando yo hiera la tierra de Egipto". La sangre de
un manso e inocente cordero podría sustituir toda una familia.
Aunque el primogénito de Israel merecía la muerte, tanto como el
primogénito de Faraón, la sangre del cordero rescató (pagó, volvió a
comprar) sus vidas.
Al igual que el cordero, Cristo era un modesto y humilde siervo que
nunca buscó la gloria y exaltación por la que los discípulos se
esforzaban. Con humildad, nunca olvidemos el enfoque del
cristianismo: merecemos morir, pero Cristo, el Cordero sin mancha,
murió en nuestro lugar, el "justo por los injustos" (1 Pedro 3:18).
Alégrate hoy en el poder de la sangre de Jesús, que te rescató de la
muerte y en la cuál recibimos sanidad, victoria y libertad!
Pasaron
29 días. Todavía tenés 336 oportunidades para adorar al Señor! |