|
2 Samuel 15:23-37
23Entonces
todo el pueblo lloraba a gritos cuando el rey y sus
seguidores pasaban. Así que cruzaron el valle de Cedrón y
fueron hacia el desierto.
24Sadoc
y todos los levitas también fueron con él cargando el arca
del pacto de Dios. Pusieron el arca de Dios en el suelo, y
Abiatar ofreció sacrificios hasta
que todos dejaron la ciudad.
25Luego
el rey le dio instrucciones a Sadoc para que regresara el
arca de Dios a la ciudad: «Si al Señor le
parece bien —dijo David—, me traerá de regreso para volver a
ver el arca y el tabernáculo; 26pero
si él ha terminado conmigo, entonces dejemos que haga lo que
mejor le parezca».
27El
rey también le dijo al sacerdote Sadoc: «Mira, este
es mi plan. Tú y Abiatar deben
regresar a la ciudad sin llamar la atención junto con tu
hijo Ahimaas y con Jonatán, el hijo de Abiatar. 28Yo
me detendré en los vados del río Jordán y
allí esperaré tu informe». 29De
este modo Sadoc y Abiatar devolvieron el arca de Dios a la
ciudad y allí se quedaron.
30Entonces
David subió el camino que lleva al monte de los Olivos,
llorando mientras caminaba. Llevaba la cabeza cubierta y los
pies descalzos en señal de duelo. Las personas que iban con
él también se cubrieron la cabeza y lloraban mientras subían
el monte.31Cuando
alguien le dijo a David que su consejero Ahitofel ahora
respaldaba a Absalón, David oró: «¡Oh Señor,
haz que Ahitofel le dé consejos necios a Absalón!».
32Al
llegar David a la cima del monte de los Olivos, donde la
gente adoraba a Dios, Husai el arquita lo estaba esperando.
Husai había rasgado sus ropas y había echado polvo sobre su
cabeza en señal de duelo. 33Pero
David le dijo: «Si vienes conmigo sólo serás una carga. 34Regresa
a Jerusalén y dile a Absalón: “Ahora seré tu consejero, oh
rey, así como lo fui de tu padre en el pasado”. Entonces
podrás frustrar y contrarrestar los consejos de Ahitofel.35Sadoc
y Abiatar, los sacerdotes, estarán allí. Diles todo lo que
se está planeando en el palacio del rey, 36y
ellos enviarán a sus hijos Ahimaas y Jonatán para que me
cuenten lo que está sucediendo».
37Entonces
Husai, el amigo de David, regresó a Jerusalén y arribó justo
cuando llegaba Absalón.
2 Samuel 16
David y Siba
1Cuando
David pasó un poco más allá de la cima del monte de los
Olivos, Siba, el siervo de Mefiboset, lo
estaba esperando. Tenía dos burros cargados con doscientos
panes, cien racimos de pasas, cien ramas con frutas de
verano y un cuero lleno de vino.
2—¿Para
qué es todo esto? —le preguntó el rey a Siba.
—Los burros son para que monten los que acompañen al rey
—contestó Siba—, y el pan y la fruta son para que coman los
jóvenes. El vino es para los que se agoten en el desierto.
3—¿Y
dónde está Mefiboset, el nieto de Saúl? —le preguntó el rey.
—Se quedó en Jerusalén —contestó Siba—. Dijo: “Hoy recobraré
el reino de mi abuelo Saúl”.
4—En
ese caso —le dijo el rey a Siba—, te doy todo lo que le
pertenece a Mefiboset.
—Me inclino ante usted —respondió Siba—, que yo siempre
pueda complacerlo, mi señor el rey.
Simei maldice a David
5Mientras
el rey David llegaba a Bahurim, salió un hombre de la aldea
maldiciéndolos. Era Simei, hijo de Gera, del mismo clan de
la familia de Saúl. 6Les
arrojó piedras al rey, a los oficiales del rey y a los
guerreros valientes que lo rodeaban.
7—¡Vete
de aquí, asesino y sinvergüenza! —le gritó a David—. 8El
Señor te
está pagando por todo el derramamiento de sangre en el clan
de Saúl. Le robaste el trono, y ahora el Señor se
lo ha dado a tu hijo Absalón. Al fin te van a pagar con la
misma moneda, ¡porque eres un asesino!
9—¿Cómo
es posible que este perro muerto maldiga a mi señor el rey?
—exclamó Abisai, el hijo de Sarvia—. ¡Déjeme ir y cortarle
la cabeza!
10—¡No!
—dijo el rey—. ¿Quién les pidió su opinión a ustedes, los
hijos de Sarvia? Si el Señor le
dijo que me maldijera, ¿quiénes son ustedes para detenerlo?
11Entonces
David les dijo a Abisai y a sus sirvientes:
—Mi propio hijo quiere matarme, ¿acaso no tiene este
pariente de Saúltodavía
más motivos para hacerlo? Déjenlo en paz y permítanle que
maldiga, porque el Señorle
dijo que lo hiciera. 12Y
tal vez el Señor vea
con cuánta injusticia me han tratado y me bendiga a causa de
estas maldiciones que sufrí hoy.
13Así
que David y sus hombres continuaron por el camino, y Simei
les seguía el paso desde un cerro cercano, maldiciendo
mientras caminaba, tirándole piedras a David y arrojando
polvo al aire.
14El
rey y todos lo que estaban con él se fatigaron en el camino,
así que descansaron cuando llegaron al río Jordán.
Ahitofel aconseja a Absalón
15Mientras
tanto, Absalón y todo el ejército de Israel llegaron a
Jerusalén acompañados por Ahitofel. 16Cuando
llegó Husai el arquita, el amigo de David, enseguida fue a
ver a Absalón.
—¡Viva el rey! —exclamó—. ¡Viva el rey!
17—¿Es
esta la forma en que tratas a tu amigo David? —le preguntó
Absalón—. ¿Por qué no estás con él?
18—Estoy
aquí porque le pertenezco al hombre que fue escogido por el
Señor y
por todos los hombres de Israel —le respondió Husai—. 19De
todos modos, ¿por qué no te serviré? Así como fui el
consejero de tu padre, ¡ahora seré tu consejero!
20Después
Absalón se volvió a Ahitofel y le preguntó:
—¿Qué debo hacer ahora?
21—Ve
y acuéstate con las concubinas de tu padre —contestó
Ahitofel—, porque él las dejó aquí para que cuidaran el
palacio. Entonces todo Israel sabrá que has insultado a tu
padre más allá de toda esperanza de reconciliación, y el
pueblo te dará su apoyo.
22Entonces
levantaron una carpa en la azotea del palacio para que todos
pudieran verla, y Absalón entró y tuvo sexo con las
concubinas de su padre. 23Absalón
siguió el consejo de Ahitofel, tal como lo había hecho
David, porque cada palabra que decía Ahitofel parecía tan
sabia como si hubiera salido directamente de la boca de
Dios.
.
Juan 18:25-40
Segunda y tercera negación de Pedro
25Mientras
tanto, como Simón Pedro seguía de pie junto a la fogata
calentándose, volvieron a preguntarle:
—¿No eres tú también uno de sus discípulos?
—No lo soy —negó Pedro.
26Pero
uno de los esclavos del sumo sacerdote, pariente del hombre al
que Pedro le había cortado la oreja, preguntó: «¿No te vi en el
huerto de olivos con Jesús?». 27Una
vez más, Pedro lo negó, y enseguida cantó un gallo.
Juicio de Jesús ante Pilato
28El
juicio de Jesús ante Caifás terminó cerca del amanecer. De allí
lo llevaron a la residencia oficial del gobernador romano. Sus
acusadores no entraron porque, de haberlo hecho, se habrían
contaminado y no hubieran podido celebrar la Pascua. 29Por
eso Pilato, el gobernador, salió adonde estaban ellos y les
preguntó:
—¿Qué cargos tienen contra este hombre?
30—¡No
te lo habríamos entregado si no fuera un criminal! —replicaron.
31—Entonces
llévenselo y júzguenlo de acuerdo con la ley de ustedes —les
dijo Pilato.
—Solo los romanos tienen derecho a ejecutar a una persona
—respondieron los líderes judíos.
32(Con
eso se cumplió la predicción de Jesús acerca de la forma en que
iba a morir).
33Entonces
Pilato volvió a entrar en su residencia y pidió que le trajeran
a Jesús.
—¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó.
34Jesús
contestó:
—¿Lo preguntas por tu propia cuenta o porque otros te hablaron
de mí?
35—¿Acaso
yo soy judío? —replicó Pilato—. Tu propio pueblo y sus
principales sacerdotes te trajeron a mí para que yo te juzgue.
¿Por qué? ¿Qué has hecho?
36Jesús
contestó:
—Mi reino no es un reino terrenal. Si lo fuera, mis seguidores
lucharían para impedir que yo sea entregado a los líderes
judíos; pero mi reino no es de este mundo.
37Pilato
le dijo:
—¿Entonces eres un rey?
—Tú dices que soy un rey —contestó
Jesús—. En
realidad, yo nací y vine al mundo para dar testimonio de la
verdad. Todos los que aman la verdad reconocen que lo que digo
es cierto.
38—¿Qué
es la verdad? —preguntó Pilato.
Entonces salió de nuevo adonde estaba el pueblo y dijo:
—Este hombre no es culpable de ningún delito, 39pero
ustedes tienen la costumbre de pedirme cada año que ponga en
libertad a un preso durante la Pascua. ¿Quieren que deje en
libertad a ese “rey de los judíos”?
40Pero
ellos contestaron a gritos:
—¡No!, a ese hombre, no. ¡Queremos a Barrabás! (Barrabás era un
insurgente).
Juan 19:1-22
Sentencia de muerte para Jesús
1Entonces
Pilato mandó azotar a Jesús con un látigo que tenía puntas de
plomo. 2Los
soldados armaron una corona de espinas y se la pusieron en la
cabeza y lo vistieron con un manto púrpura. 3«¡Viva
el rey de los judíos!» —se burlaban de él mientras lo
abofeteaban.
4Pilato
volvió a salir y le dijo al pueblo: «Ahora lo voy a traer, pero
que quede bien claro que yo no lo encuentro culpable de nada».5Entonces
Jesús salió con la corona de espinas sobre la cabeza y el manto
púrpura puesto. Y Pilato dijo: «¡Miren, aquí tienen al hombre!».
6Cuando
lo vieron, los principales sacerdotes y los guardias del templo
comenzaron a gritar: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!».
—Llévenselo ustedes y crucifíquenlo —dijo Pilato—. Yo no lo
encuentro culpable.
7Los
líderes judíos respondieron:
—Según nuestra ley, debe morir porque afirmó que era el Hijo de
Dios.
8Cuando
Pilato oyó eso, tuvo más miedo que nunca. 9Llevó
a Jesús de nuevo a la residencia oficial y
le preguntó: «¿De dónde eres?». Pero Jesús no le dio ninguna
respuesta.
10—¿Por
qué no me hablas? —preguntó Pilato—. ¿No te das cuenta de que
tengo poder para ponerte en libertad o para crucificarte?
11Entonces
Jesús le dijo:
—No tendrías ningún poder sobre mí si no te lo hubieran dado
desde lo alto. Así que el que me entregó en tus manos es el que
tiene el mayor pecado.
12Entonces
Pilato trató de poner en libertad a Jesús, pero los líderes
judíos gritaron: «Si pones en libertad a ese hombre, no eres
“amigo del César”.
Todo el que se proclama a sí mismo rey está en rebeldía contra
el César».
13Cuando
dijeron eso, Pilato llevó de nuevo a Jesús ante el pueblo.
Entonces Pilato se sentó en el tribunal, en la plataforma
llamada el Empedrado (en hebreo, Gabata). 14Ya
era el día de preparación para la Pascua, cerca del mediodía. Y
Pilato dijo al pueblo: «¡Miren,
aquí tienen a su rey!».
15«¡Llévatelo!
¡Llévatelo! —gritaban—. ¡Crucifícalo!».
—¿Cómo dicen?, ¿qué yo crucifique a su rey? —preguntó Pilato.
—No tenemos otro rey más que el César —le contestaron a gritos
los principales sacerdotes.
16Entonces
Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran.
La crucifixión
Así que se llevaron a Jesús. 17Él,
cargando su propia cruz, fue al sitio llamado Lugar de la
Calavera (en hebreo, Gólgota). 18Allí
lo clavaron en la cruz. También crucificaron a otros dos con él,
uno a cada lado, y a Jesús, en medio. 19Y
Pilato colocó un letrero sobre la cruz, que decía: «Jesús de
Nazaret, el
Rey de los judíos». 20El
lugar donde crucificaron a Jesús estaba cerca de la ciudad, y el
letrero estaba escrito en hebreo, en latín y en griego, para que
muchos pudieran
leerlo.
21Entonces
los principales sacerdotes se opusieron y le dijeron a Pilato:
—Cambia la inscripción “el Rey de los judíos” por una que diga
“él dice: ‘Yo soy el Rey de los judíos’”.
22—No
—respondió Pilato—. Lo que he escrito, escrito está y así
quedará.

Salmo
119:113-128
Sámec
113Detesto a los que tienen divididas sus lealtades,
pero amo tus enseñanzas.
114Tú eres mi refugio y mi escudo;
tu palabra es la fuente de mi esperanza.
115Lárguense de mi vida, ustedes los de mente malvada,
porque tengo la intención de obedecer los mandatos de mi Dios.
116¡Señor, sostenme como prometiste para que viva!
No permitas que se aplaste mi esperanza.
117Sostenme y seré rescatado;
entonces meditaré continuamente en tus decretos.
118Pero has rechazado a todos los que se apartan de tus decretos,
quienes no hacen más que engañarse a sí mismos.
119Desechas a los perversos de la tierra como si fueran
desperdicios;
¡con razón me encanta obedecer tus leyes!
120Me estremezco por mi temor a ti;
quedo en temor reverente ante tus ordenanzas.
Ayin
121No me dejes a merced de mis enemigos,
porque he hecho lo que es correcto y justo.
122Te ruego que me des seguridad de una bendición.
¡No permitas que los arrogantes me opriman!
123Mis ojos se esfuerzan por ver tu rescate,
por ver la verdad de tu promesa cumplida.
124Soy tu siervo; trátame con tu amor inagotable
y enséñame tus decretos.
125Da discernimiento a este siervo tuyo;
entonces comprenderé tus leyes.
126Señor, es tiempo de que actúes,
porque esta gente malvada ha desobedecido tus enseñanzas.
127De verdad, amo tus mandatos
más que el oro, incluso que el oro más fino.
128Cada uno de tus mandamientos es recto,
por eso detesto todo camino falso.

|